-“¡Majestad, El pueblo no tiene pan, el pueblo tiene hambre!” -“Pues entonces que coman pastel.” Así queda registrado un diálogo de un cortesano con la reina María Antonieta en vísperas de la revolución francesa. Es de cuño común usar la expresión de los pasteles para dar a entender que allá en las alturas; en donde no existen preocupaciones por los ingresos o las propiedades se genera una burbuja protectora que aísla a los que ahí viven de la realidad circundante. Dicha burbuja va mucho más allá de saber que la mesa siempre estará bien servida, se convierte en un filtro mágico que le permite al tripulante de un lujoso automóvil contemplar con perfecta indiferencia o algo de molestia al mercado sobre piernas que se instala en los semáforos ofreciendo lupas, encendedores recargas celulares globos ositos de peluche banderolas gafas etc. Es un filtro natural que asimismo borra cualquier asomo de duda respecto a la permanencia eterna del estado de las cosas pues estas no podrían marchar mejor.
Durante la semana pasada Robert Benmosches cabeza del grupo AIG que actualmente es propiedad del gobierno norteamericano declaró que pensaba renunciar al cargo pues desde el gobierno le habían informado que no podía dar bonos navideños a sus empleados pues la compañía estaba siendo rescatada por el contribuyente y sería mal visto por el público que se repartieran paquetes que suelen alcanzar hasta un millón de dólares en los rangos superiores. Esta compañía hasta la fecha le ha costado 160 mil millones de dólares al fisco. Pero “los empleados pueden renunciar y se puede dar una irreparable fuga de talento” …Inteligencia que logro crear un hoyo financiero más grande que la economía del noventa por ciento de los países en el mundo. Sin embargo el dato queda. La casta de financieros al interior de la compañía no tiene el menor empacho en pensar que la distribución de bonos es más un derecho, un privilegio, que algo que se haya ganado a pulso. Casos similares existen en Goldman & Sachs, Bankamerica, City, etc.
Lo que los contribuyentesno entienden es que aceptar todo ese dinero del rescate provoca mucho estrés que necesita ser liberado -¿donde está mi trago?
Al buzón llega una interminable lista de correos recordándome la situación privilegiada que viven los diputados y los senadores. Sus ingresos, sus prebendas, sus seguros médicos particulares, sus viáticos profundos que alcanzan para dar vueltas al mundo y comer a cuerpo de rey tres veces al día, 365 días del año, su trato fiscal preferente, sobresueldos. Esta columna, viendo los remitentes no abriga la menor duda respecto al resentimiento social que se está engendrando en amplios sectores de la sociedad respecto a lo que se percibe como un cúmulo de privilegios no ganados, de exclusiones del régimen de la ley a la que supuestamente estamos sujetos todos. Al piso de las cámaras no ha llegado ninguna iniciativa para modificar la situación actual. Los representantes populares están ocupados en debates más importantes y artificiales en torno a cómo incrementar los impuestos que pagarán los contribuyentes cautivos y han ignorado olímpicamente la ola de indignación que ha ido creciendo a lo largo del año. En torno al tema.
El fantasma de la revolución francesa ronda los “chats” de las redes sociales. En el fondo no estamos hablando de hambre -que la hay- sino de desigualdad; de la percepción ya bien instituida de que allá en las alturas existe indiferencia para las consecuencias de la aplicación de mayores impuestos a salarios que se tabulan sobre un cuento de hadas. ¿Cuál es el cuento de hadas? Aquel que dice que un salario mínimo es suficiente para sostener a una familia. La mitad de la población gana eso o menos. Pero de la otra mitad el promedio de remuneración ronda los cuatro mil pesos y sobre esa base, haciendo a un lado el IVA ya es necesario aportar al fisco… del 28% al 30%... Que tanto es tantito. Nada cuando la “dieta” está arriba de los $100,000 pesos mensuales. Muy significativo cuando el salario es menor a los $12,000.
El presidente -de gira- menciona que no pudo con los empresarios. Que sus propuestas fueron recibidas con un rechazo absoluto y reitera que los grandes privilegiados sí pueden aportar más pero que “incomodó enormemente” su iniciativa. Reconoce que esa oposición dejó trunca su iniciativa. Queda implícito, como ha sucedido en reiteradas ocasiones, que cuando “puede”, las puede solo, y cuando no, es el congreso el responsable. Llama doblemente la atención el sesgo del discurso proviniendo de un hombre que declaraba hace no mucho tiempo que disfrutaba del ejercicio del poder; que se encontraba cómodo en el mando y que sabía cómo hacerlo. Tal vez debiera revisitar los cuadernos donde dejó anotadas sus promesas de campaña pues bien a bien, no ha cumplido ni una.
“Un mentiroso debe tener buena memoria” –Luis XVI
Pero esto no es reclamo sino sugerencia. Podría declarar que estos primeros tres años fueron un mal sueño y que ahora sí va a “administrar en caja de cristal”; que va a “derogar el impuesto sobre la tenencia”; que va a reducir el tamaño de la administración federal, que va a perseguir implacablemente a los corruptos, que va a reducir los impuestos que se cobran; que va a eliminar los fideicomisos a donde van a parar los subejercicios presupuestales del gobierno. Este último rubro es sensible pues si le sumamos que en un momento en donde a todos se nos pide apretar un poco más el cinturón, la exención fiscal a quien se adjudique el famoso triple play de fibra óptica adquiere irremisiblemente en la percepción pública la forma de un soborno para garantizar el apoyo irrestricto en la ya no tan distante campaña electoral 2012; transparentar el monto de los recursos que se han barrido bajo la alfombra, que se calcula podrían elevarse a 200 mil millones de pesos sería una instancia legitimadora. Aquí, aquí, aquí, y muchos más "aquí" poniendo "subejercicio fiscal" en la pestaña buscadora de Google.
Ciertos privilegios pasan desapercibidos o tienen aprobación generalizada pues estos han sido adquiridos por las buenas y abonan en el desempeño del que los goza. El pugilista, antes, durante y después de subirse el ring tiene un aguador, masajista, manejador técnico y médico que velan por su bienestar. Que más diera esta columna por tener tantas atenciones y privilegios derrochados a la hora de ser redactada… Pero pensándolo bien, aunque sería placentero también resulta perfectamente innecesario y grosero. Los privilegios se otorgan a aquel que gozándolos, retribuye con creces esa exclusión del trato generalizado que colectivamente asumimos como ciudadanos. Se requiere de una iniciativa que otorgue legitimidad a los privilegios o que estos sean cancelados. Se podría, por ejemplo, dictar un salario máximo para los legisladores que estuviera ligado al salario mínimo. No más de 40 salarios mínimos. Si el salario mínimo aumenta, entonces también el de los representantes. Pero si las condiciones económicas no permiten elevar el salario mínimo, pues tampoco allá en las alturas. Esta propuesta parece soñadora, a la intuición del lector tal vez imposible. Efectivamente, parte del problema de las elites que viven en su burbuja de privilegios es que no tienen manera de asomarse a la realidad cotidiana de México.
Esto también aplica al ejecutivo y los senadores. Las propuestas que reintegren la legitimidad de la casta gobernante y empresarial con la eliminación de los privilegios que gozan tendrán poco aliento (como lo declara Calderón mismo). Entonces es necesario recordarles lo obvio. En su palacio de Versalles en las semanas y los días previos a la toma de la Bastilla el rey Luis XVI apuntaba en su diario: “Rien!”, traducido al español: “¡Nada!”. Nada acontecía. El rey se aburría de lo lindo y su reina repartía pasteles conceptuales a la población. Sobra decir como terminaron ambos.
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