El inventario de naciones insolventes en el viejo continente sigue creciendo. La semana pasada Grecia fue noticia pues ronda el fantasma López Portillista de la declaratoria de mora de pagos helénicos. España confronta una etapa financiera similar al verano del 2008 norteamericano donde las centenas de miles de metros cuadrados de departamentos turísticos de la costa mediterránea muestran en los gráficos una curva exponencial de insolvencia crediticia. Esta, a su vez pega fuerte en el balance del sistema bancario europeo que imitó con singular entusiasmo todo el repertorio de triquiñuelas de apalancamiento que llevaron a la banca norteamericana al abismo. Los países bálticos a su vez se sientan frente a sus acreedores con el consabido: “Debo no niego, pago no puedo” que es la pesadilla recurrente que sigue a cualquier economía que vive etapas de ensoñación con las burbujas.
“Burbuja” es la palabra que define un crecimiento de la cartera de crédito más allá de cualquier capacidad de pago de aquel que la contrata. Hay burbujas pequeñas como la que hizo crisis en México en el lejano 1995 y hay burbujas grandes como la que estalló en el 2008. Pero entre estas dos burbujas la única diferencia es la de la magnitud. En todo lo demás son similares. En este panorama perdemos de vista las burbujas individuales para constatar que estamos viendo una ola que se ha convertido en espuma. La totalidad de la economía global, desde Dubai hasta Islandia es un agregado de burbujas que bien definida es eso: Espuma.
Después de la gigantesca ola verde, auténtico tsunami crediticio que vivimos en la primera década del siglo XXI ahora vemos a la ola romper en la costa generando suficiente espuma para dominar el horizonte hasta donde alcanza la vista. Recurro a la memoria del lector, sereno, contemplando el mar en vacaciones, viendo como la ola rompe y gasta su energía intentando arrasar la playa, disminuyendo en intensidad conforme se acerca a sus pies, maravillando al ojo en las infinitas reflexiones de las burbujas ante el sol de mediodía hasta quedar absorbida por la arena y desaparecer, una parte regresando al oleaje para contraatacar. Hay un momento de duda… ¿será la ola lo suficientemente grande para acabar con la labor del castillo de arena construido con tanto cariño?
Grecia cuadruplicó su Producto Doméstico Bruto (PDB) en 20 años ¿era sustentable? O una simple burbuja entre tantas… España triplicó su PDB en 10 años. ¿Era real, se podía mantener? Esa es la pregunta que nos hacemos a la orilla del mar frente a cada ola que se forma para atacar la playa. Pero hay que ver esa ola mayor que se cierne amenazante… China. Que batió todas las marcas y cuadruplicó su PDB en 10 años. Y claro no es lo mismo contemplar las “olas” en el lago de Chapala (Lituania, Grecia, Islandia, Irlanda, España) que en mar abierto en… digamos, Cuyutlán con su afamada ola verde o Maruata en donde los paseantes tienen la advertencia de las cruces y cenotafios a la vista para conocer de las traicioneras corrientes que ahí se presentan.
En esta marejada ciertas cosas resultan importantes ¿Quien se queda a la intemperie en la tormenta? ¿Quien salió a bucear durante el huracán Gilberto en Cancún? Y… Hablando de Cancúnes… ¿Quién se pone a construir castillos de arena durante la tempestad? Pues quien puede cobrarlos, por supuesto si hay ganancia a la vista. ¿Qué importa que el artificio dure menos que una ráfaga de viento, la que se lo lleva y atomiza? Y esa es la naturaleza de las burbujas que componen la espuma, recurrentes numerosas, ingeniosas, todas ligeramente diferentes entre sí, todas compartiendo ciertas cosas como mínimo común denominador: su capacidad de canalizar y concentrar recursos económicos (el crédito), su capacidad de endosar a “otro” las pérdidas; su habilidad de evadir las consecuencias lógicas del quebranto. Detrás de cada burbuja hay miles -o a veces millones- de perdedores, cierto, pero generalmente también un astuto ganador.
Cambiemos de tema. El clima ha dado mucho de qué hablar. Las lluvias fuera de temporada dejaron a la ciudad de México en estado de emergencia. Colonias inundadas, carreteras cerradas, ríos desbordados, miles de familias sin hogar, etc. Resulta natural preguntarse si todos estos problemas pudieran haber sido evitados con algo de planeación. Pero esa pregunta es demasiado obvia. Claro que ha habido planeación. Dicha planeación es sexenal pero el mundo no se acaba al finalizar el sexenio (Aunque el habitante de Los Pinos crea lo contrario). Tampoco veremos al mundo esfumarse con el fin de la cuenta del calendario Maya (se toman apuestas). Es necesario hacer el ejercicio mental de hacer planeación de más largo plazo. De hecho esa es la recomendación de nuestro himno: “Que en el cielo tu eterno destino…” Poseer un poco de imaginación respecto a las consecuencias lógicas de sus actos debería de ser el sello del político. Pero el proceso de marketing electoral y la implacable lógica de las encuestas y la aterradora hegemonía de los medios masivos de comunicación ahogan cualquier reflexión en la inmediatez. Por encima de todo lo anterior tenemos un imperativo que es el primer mandamiento de nuestra cultura: crecer. Crecer a como dé lugar; crecer indefinidamente. El político contemporáneo confronta así, sabiéndolo o no, el problema de tener que prometer lo imposible. De verse obligado a mentir desde el momento mismo en que aspira para emitir un sonido. Frente a sus electores el político parecerá siempre un charlatán pues vende un panegírico que no puede ser más que un placebo. Hoy en día vemos el doloroso achicamiento de la imagen de Obama que puso a la esperanza por un cambio por delante en sus discursos y que atrapado en los silogismos del gran capital se ve obligado a incumplir todas sus promesas. Pero Obama es solo un político más entre miles que se encuentran prisioneros de la cultura que los obliga a enarbolar las banderas de una “religión” que confronta ahora el peso de la insustentabilidad. Los políticos en nada son distintos a la población que los educa, prepara para el liderazgo y erige en capitanes de la nave.
De pie, frente al mar. La cultura a la que pertenecemos tendrá que recapacitar en estos breves años cual es el rumbo a tomar. Hemos llegado al fin de una historia. Queramos o no, tenemos que emprender la creación de otra. Una historia que se ajuste a lo que es posible en este mundo. Las pistas y temas de esta nueva historia surgen de la resaca, del estallamiento de las burbujas. Europa nos estará dando el ejemplo en la forma en que confronten su crisis. Un poco más tarde habrá que ver lo que pasa en China. Ahí están las claves del Siglo XXI